·  Tejiendo Saberes  · 


Tensiones Entre la Búsqueda de la Excelencia y el Autocuidado: Reflexiones desde el TOC

3/11/23 22:44
Autor: Anónimo

    Contenido   

En las últimas décadas, el Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) ha sido cada vez más visibilizado dentro del campo de la psicología clínica, no solo por su prevalencia —que se estima afecta entre el 1% y el 3% de la población mundial (APA, 2013)— sino también por la complejidad con la que se entrelaza con las exigencias del mundo contemporáneo. Lejos de ser una simple manía o gusto por el orden, el TOC es una lucha constante contra pensamientos intrusivos e imágenes mentales que emergen sin control, seguidos de rituales o compulsiones que buscan aliviar, al menos por un momento, la angustia que generan. Es un padecimiento que, como señala Berrios (1995), tiene raíces no solo biológicas sino también profundamente culturales, ya que nuestras sociedades modelan la forma en que experimentamos y narramos la enfermedad mental.

Según Michel Foucault, las tecnologías del yo deben entenderse como aquellas prácticas que “permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su alma [...] obteniendo así una transformación de sí mismos” (Foucault, 1990, p. 48). Bajo esta luz, el cuidado de sí no es un gesto menor o frívolo, sino una forma de resistencia y agencia.

Desde esa perspectiva, me permito hablar desde un lugar profundamente personal: he sido diagnosticada con TOC, y escribir estas líneas ha significado desnudar un proceso íntimo, uno que rara vez se expresa en voz alta. Para mí, el autocuidado nunca fue un acto simple o natural. Desde pequeña, cada intento de cuidarme —una ducha, ordenar mi habitación, incluso descansar— se convirtió en un ritual minucioso atravesado por el miedo, la culpa y la búsqueda de perfección. Lo que para otros podía ser una pausa, para mí era una batalla: contaba mis pasos, repetía frases, verificaba gestos, como si en ello se jugara no solo mi orden mental sino mi supervivencia emocional.

Mi historia no es solo la de una mente desbordada, sino también la de un cuerpo educado en una sociedad que glorifica la productividad, castiga el error y patologiza la lentitud. Como argumenta Ehrenberg (2010), vivimos en una era donde el ideal de la autosuficiencia ha reemplazado los vínculos comunitarios, y donde la enfermedad mental se convierte, paradójicamente, en una forma de “fracasar” en la gestión de uno mismo. Mi TOC no existe aislado de ese contexto: se ha visto exacerbado por la presión de rendir, de cumplir, de no fallar nunca. En mi generación, la Generación Z, nos educaron para creer que valemos lo que producimos, lo que alcanzamos, lo que demostramos. El autocuidado, en ese esquema, se vuelve sospechoso: ¿no estás haciendo “nada”? Entonces, estás fallando.

A pesar de todo, he aprendido que mis compulsiones, por más dolorosas que sean, han sido también intentos desesperados de autocuidado. Mis rituales eran una manera de calmar la tormenta, de recuperar una falsa sensación de control en un mundo que muchas veces parece ingobernable. Con el tiempo, y gracias al apoyo de profesionales, he logrado resignificar estas prácticas, integrando otras más amables: la meditación, la escritura, el ejercicio, la medicación responsable. No ha sido fácil. Cada cambio me exige romper con la necesidad de continuidad que el TOC tanto protege. Pero poco a poco, he aprendido a ser paciente conmigo misma.

He descubierto también que el cuidado de mí no es un acto egoísta, sino una forma de cuidar a los otros. Mi relación con quienes me rodean ha cambiado: ya no los someto (o intento no hacerlo) a los estándares imposibles que me impongo a mí. Entender mi padecimiento me ha hecho más empática con las luchas de los demás. Como dice Carol Gilligan (2003), el cuidado no es solo una responsabilidad individual, sino una ética que se construye en la interdependencia. Aprender a cuidarme ha sido también aprender a convivir.

Y sin embargo, no puedo dejar de pensar en cómo el mundo que habitamos entorpece estos procesos. ¿Qué espacio hay para el descanso en una sociedad que monetiza cada minuto? ¿Cómo cuidarnos cuando se espera que nuestra mente rinda como una máquina? El sistema capitalista, al exigir rendimiento constante, elimina la pausa, la tregua, la vulnerabilidad. Así, patologiza el cansancio, trivializa el dolor y convierte el autocuidado en otro producto de consumo: algo que debes comprar, programar, cumplir. En ese contexto, reconocer mi trastorno, buscar ayuda, escribir estas líneas, es también una forma de resistencia.

Cuidarme, con todo el dolor y dificultad que implica, se ha vuelto mi acto más radical. No porque sea perfecto, sino porque es humano. Y en un mundo que premia lo inhumano —la velocidad, la eficiencia, la perfección sin pausa— detenerse a habitar la propia fragilidad puede ser, quizás, el gesto más subversivo de todos.

He aprendido a reconocer los matices de mis pensamientos: no todos merecen atención, no todos exigen acción. Me he permitido fallar, retroceder, tener días grises. Y en medio de esa imperfección, he encontrado espacios de alivio. He dejado de ver el autocuidado como un proyecto acabado y comencé a entenderlo como un proceso en construcción, profundamente singular, que se reinventa cada día. Ya no se trata solo de calmar la ansiedad, sino de vivir con ella sin rendirle culto.

Hoy, mi autocuidado no está hecho de listas perfectas ni de rituales inquebrantables, sino de momentos humildes: una respiración consciente, una conversación honesta, un "no" dicho a tiempo. He aprendido que cuidarme no es silenciar mis síntomas, sino escucharlos con otros oídos. Y aunque sigo cargando con una condición que a veces me desborda, también sé que dentro de esa misma condición hay una potencia: la posibilidad de volver a empezar.

 

Bibliografía:

  • American Psychiatric Association. (2013). DSM-5: Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders. APA.

  • Berrios, G. E. (1995). Obsessional Disorders: A Conceptual History. International Journal of Psychiatry.

  • Ehrenberg, A. (2010). La fatiga de ser uno mismo: Depresión y sociedad. Fondo de Cultura Económica.

  • Foucault, M. (1990). Tecnologías del yo. Barcelona: Paidós.

  • Gilligan, C. (2003). La moral y la teoría: Psicología del desarrollo femenino. Fondo de Cultura Económica.