Comunidades

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Ante el silencio, ¡bullemos!

Por: Juan Felipe Apráez-Abril

Ya ha sido dicho que en Colombia no ha habido tiempo para el luto. Ni en los tiempos del llamado posconflicto ha descansado la monótona voz en los noticieros que ahora y siempre, con completa insensibilidad, se ocupa de narrar todo tipo de hechos trágicos que en otras latitudes estremecería los corazones de quienes habitan un lugar común con la propia barbarie: masacres, secuestros, el terror infundado allí donde hay voces disonantes; todo se ha reducido a ruido inteligible, números más, números menos, el nombre de una población olvidada que en la agenda semanal carga con la cruz de haber sido el lugar escogido por la providencia para recordarnos una vez más en qué país habitamos. 

Tanto ruido y por tantos años, incluso desde siempre -porque pareciera que esta tierra nunca ha encontrado el breve sosiego que otorga La Paz- se ha tornado ensordecedor. En medio de tanto ruido no vale la pena hablar, pues los sonidos hechos discurso se pierden fácilmente entre la inmensidad del desorden. Así, sin más, Colombia se ha construido alrededor del silencio de las palabras y el estruendo de los fusiles, el rencor y el olvido. 

Sin duda en esta noche silenciosa hay palabras que se han querido decir, que se han dicho, que han interrumpido el profundo sueño nacional. Como respuesta, los guardianes de la somnolencia han descargado toda la brutalidad de su fuerza sobre lo que se tiene que decir y sobre quien lo dice; la transfiguración del discurso ha sido también una buena forma de confundir la palabra con el vasto ruido. Sin embargo, no se debe desconocer la resistencia al silencio que emerge y se fortalece una y otra vez, tomando distintas formas, brotando desde la imposibilidad: en las ciudades y los campos de Colombia persisten las voces que pretenden sacarnos de este espeso sueño. 

Para despertarles y despertarnos es necesaria entonces una bulla. Una bulla que no es bulla por el sonido confuso que emite, sino por la unión de las palabras que tejen en el camino un relato común, pero un relato estruendoso, indignado, acompañado de zarandeos al cuerpo dormido, un grito conjunto que se acompaña con la música y el baile, el arte y la irreverencia.  

La Colectiva La Digna Bulla es hija de la sociedad del silencio, en ella hay mujeres y hombres que crecieron con la consciencia aturdida de un país desangrado. Pero también, en memoria de quienes hablaron y fueron silenciadxs, en juntanza con quienes permanecen luchando para hacer emerger la palabra y el futuro, somos la unión de las experiencias particulares, de la incomodidad de un estado de las cosas equivocado, somos el encuentro del pasado para construir un hoy diferente. 

Ese presente que nos atraviesa, en un tiempo y un espacio particular, nos encuentra como estudiantes y egresadxs de la Universidad Javeriana, una de las instituciones más renombradas del país y, cómo no, una de las cunas del silencio en Colombia. El campus de la universidad ‘dedicada al servicio’ está ahogado por nuestro silencio e indiferencia frente a los asuntos de real urgencia histórica: en sus pasillos se enquista el cotidiano comentario clasista y despectivo, el permanente interés por el logro individual, el afán por la ostentación y el anhelado estatus. La tarea de la palabra que debe ser dicha queda entonces relegada a alguna clase que suscita el interés mínimo en el estudiante o a uno que otro conversatorio con mínima difusión entre la comunidad. 

¿Hay culpables? ¿Debemos señalar y repudiar a lxs estudiantes por su indiferencia frente a lo qué pasa en su país, en su continente o en el mundo mismo? Después de un trabajo conjunto entre nuestra Colectiva y aquellxs que se acercan a nuestros espacios, creemos que estas preguntas pueden emerger naturalmente, pero que no valen la pena ser respondidas ante un horizonte que busca sacar del sueño al otrx sin recibir la violencia de quien es despertado de un dulce reposo. El sentido fundamental de esta digna bulla reposa sobre el encuentro con toda la comunidad universitaria, entendiendo que ellxs, al igual que nosotrxs, son herederxs del ruido, que sus contextos particulares y contingentes les han llevado a pensar y actuar de ciertas maneras, que el silencio y la indiferencia que construyen (y que construimos, porque el camino para salir de este panorama es arduo y rumiante) están tan sujetos a la posibilidad como la decisión de la lucha política. 

En ese sentido, el encuentro con estudiantes, profesorxs, administrativxs y otrxs curiosxs transeúntes busca propiciar las conversaciones nunca tenidas, lucha por hacer posible una universidad más vibrante, más consciente de su propia realidad y del mundo que habita. Para ello La Digna Bulla, se ha propuesto la intervención en el contexto inmediato de la Javeriana, propiciando el diálogo amplio sobre las bases fundamentales del respeto por la alteridad, por los derechos humanos, la construcción de paz y la memoria histórica como telón de fondo para la articulación de nuevos mundos posibles. La conversación pendiente toma forma en cartas, testimonios, cantos, tertulias al calor de un canelazo en medio del campus, desde la interpelación comunicativa-panfletaria, a partir de piezas informativas y llamativas; todo para ganar la atención del público frente al pasado y el presente, por el futuro. 

Todos los espacios mencionados, adicionales a los construidos internamente en la Colectiva, se cimientan sobre tres principios que consideramos fundamentales para la acción conjunta, pero también para el cambio al que apuntamos.  

El Reconocimiento 

Mirarnos al espejo necesita de cierta sensibilidad para identificar los rasgos positivos y negativos de la cara que nos interpela: observar y dialogar con nuestro reflejo implica también la apertura al encuentro con los rostros que anteceden nuestra individualidad, el rostro propio en el pasado, con las historias que este carga, así como también los rostros de quienes antecedieron mi existencia ¿Qué sucedió antes de yo estar aquí? Esta pregunta supone un ejercicio crítico y reflexivo sobre el entorno, sobre el yo y el lugar del otro en el medio. Este punto de partida es fundamental, desde nuestro actuar político y desde las intervenciones que proponemos como Colectiva, para lograr entender las subjetividades e identidades que nos atraviesan e interpelan en nuestro caminar en comunión. 

La Resignificación 

El reconocimiento y su reflejo nos trae una invitación con su imagen, una tarea simbólica desde la cual construimos sobre los significados del pasado y el presente, transformamos y damos nuevos significados a las narrativas existentes. Resignificar, entonces, nuestro papel como estudiantes universitarios, estudiantes de una universidad como la Javeriana, ver con otros ojos el papel como ciudadanxs de un país y un mundo, reevaluarnos nuestro lugar como mujeres, hombres e identidades no binarias es una necesidad que, al hablarnos, exige un rol activo, participativo y disonante. La resignificación de nuestro rol social, interpeladxs por las acciones dentro de La Digna Bulla, nos interpela frente a las formas en las que actuamos como sujetxs políticos: la convergencia de las individualidades hechas acción colectiva para tratar las causas expeditas es esa solicitud histórica que se nos encomienda (y se les ha encomendado a todas las juventudes, todas las sociedades que hayan existido en medio del silencio abrumador de la violencia). Pues la acción individual carece de tinte político, su voz puede transmitir importantes palabras, pero será aplastada por el silencio o será utilizada por los poderes políticos del exterminio para legitimar procesos vacíos, aquellos que se fundamentan en la acción del individuo y su libertad egocéntrica para avivar las ‘luchas’ que ningún impacto desean tener: solo el ruido mediático de los egos y los personalismos. Contra todo aquello, la juntanza nos propone una salida del silencio a través del diálogo, la defensa de lo que ha sido despojado y olvidado. 

La Reivindicación 

Esta colectividad que ha sido construida desde la inquietud que suscita el estado actual de las cosas nos ha llevado a apuntar nuestro caminar conjunto hacia un horizonte de paz. Una paz que no supone la negación del conflicto, que no desconoce ni le quita virtud a las luchas que desde la digna rabia se han gestado, que reconoce la agresividad como una respuesta legitima frente al abuso de los poderes políticos y económicos. Esta paz, utopía, horizonte que nos invita a perseguirla hasta los confines del paisaje, se convierte en posibilidad cuando luchamos por nuevas condiciones que permitan el desarrollo pleno de las comunidades desposeídas. En línea con lo anterior, buscamos dar lugar a lo que ha sido desconocido, despojado y vulnerado desde nuestra acción política basada en el actuar pedagógico, horizontalizado y disonante.  

Ante ello, nos vemos invitadxs (e invitamos a lxs demás) a trasladar del silencio a la bulla a toda aquella lucha que merezca ser recordada y reconocida: poniendo en evidencia que el conflicto armado en Colombia existe y persiste dadas las injusticias contra la población más desfavorecida, en donde la desposesión de la tierra, los cuerpos y los derechos de las comunidades ha sido el escenario hecho negocio e ideología; denunciando que las luchas populares, estudiantiles, campesinas y feministas han sido históricamente reprimidas con brutalidad por las fuerzas del Estado, imposibilitando el desenvolvimiento de la democracia; exigiendo que la movilización social no sea estigmatizada ni vilipendiada, poniendo en evidencia las causas legítimas por las que ocurre el levantamiento de las colectividades en contra de un sistema precarizante, violento, injusto y usurpador; bullando contra la violencia patriarcal, capitalista y clasista, que no solo rodea nuestra universidad en sus actos cotidianos, sino que rodea y desangra a toda una sociedad que yace cansada y ultrajada.